“¿Cómo lo podemos arreglar?”, pregunta siempre el policía mexicano al que arresta. El historiador Pablo Piccato analiza las razones tanto históricas cómo geopolíticas por las cuales la policía, a pesar de su profesionalización, suscita la desconfianza de los ciudadanos en México.
Pablo Piccato es profesor en la universidad de Columbia, especialista de historia cultural y política del México contemporáneo, y de historia del crimen en el siglo XX.
La Vie des Idées: ¿En qué medida una perspectiva histórica permite entender mejor el papel problemático de la policía en la sociedad mexicana contemporánea?
Pablo Piccato: Mi trabajo actual trata de la historia del crimen en el siglo XX en México. La idea, al principio, era de entender el crimen no desde el punto de vista del Estado, sino desde el punto de vista de las prácticas criminales, es decir, de lo que hacen los criminales. Normalmente, los historiadores tienden a fijarse en las cárceles, en las instituciones, y no en los criminales, en lo que sucede en la calle. Mi idea inicial era esa. Pero, como resultado de mi investigación, he tenido que ocuparme más de la policía. Me he dado cuenta de que para entender el crimen en México en el siglo XX, tenemos que entender a la policía, porque no solamente no castiga ni ha sido capaz de prevenir el crimen, sino que en muchos casos está involucrada en el crimen. Entonces, realmente no hay una línea separando la historia de la policía de la historia del crimen, sino que están mezcladas.
El otro elemento importante en esta perspectiva histórica es la evidencia de las estadísticas judiciales, que también recopilé hace unos años: si calculamos el número de personas acusadas formalmente de crímenes, y lo dividimos por la población, vemos que los índices disminuyen durante el siglo XX. En otras palabras, que cada vez hay menos crimen en México en el siglo XX. Esto queda muy claro con el homicidio: las tasas de homicidio descienden durante todo el siglo. Las tasas de violación se mantienen más estables, pero es probable que eso se deba a que más casos son denunciados. No sabemos exactamente cuántas se cometen, porque la mayoría de las violaciones no llevan a una acusación, pero sí sabemos que no aumentan. El robo ha decrecido durante todo el siglo XX, particularmente desde la Revolución de 1910-20 y aumentó en los ochenta, que fue una época de crisis económica, inflación y desempleo, y mucho más a mediados de los noventa, cuando hubo otra crisis muy seria en la economía mexicana.
Al mismo tiempo que yo veía que el crimen disminuía y la sociedad mexicana se hacía más pacífica, menos violenta, veía que en la esfera pública se hablaba más del crimen, hasta convertirlo en su tema central del siglo XX. Cuando me puse a leer los periódicos que hablaban del crimen, que son los periódicos que más se leen en México hasta la fecha -tienen cientos de miles de lectores, muchos más que los periódicos “serios”-, lo que veía era que la nota roja, como se llama a las noticias policiales, criticaba al Estado, denunciaba la ineptitud de la policía, la falta de conexión entre crimen y castigo, y la rutina de la impunidad -el hecho de que los pistoleros, esos profesionales del crimen, no fueran castigados nunca porque tenían influencias políticas. Esto queda muy claro, sobre todo a partir de los años cuarenta.
Entonces, ¿cómo explicar este problema: hay menos crimen, pero hay más preocupación por el crimen en la sociedad civil? Para tratar de entender el presente en México es necesario recordar que el crimen se ha convertido en el punto de referencia más sensible entre el Estado y la sociedad civil: es sobre lo que más se preocupan los ciudadanos, y sobre lo que más le exigen al Estado: que castigue a los criminales, que acabe con la impunidad y con la corrupción. Esto no es nuevo, viene sucediendo desde los años que siguen a la Revolución. En otras palabras, una perspectiva histórica del crimen en México nos obliga a ver por qué disminuye el crimen (por muchas razones similares a otros países: aumento de la educación, una población más adulta, menos joven, etc.) pero también por qué persiste el tema del crimen. Y allí el centro es la policía, que en México se ha convertido en el reflejo, o para muchos, la causa del crimen, en el sentido de que la policía y el sistema judicial no han sido capaces de relacionar la verdad, lo que se sabe de un crimen, y el castigo, la justicia. Hay una brecha entre verdad, que la sociedad civil conoce porque la lee en los periódicos, y justicia, que todos saben que es evasiva. Entonces allí está el problema con la policía. Que no cumple la misión de ligar la verdad sobre un crimen con la justicia y así legitimar el control de los criminales a través del castigo.
La Vie des Idées: ¿Son las prácticas de corrupción el resultado de una profesionalización deficiente?
Pablo Piccato: Desde fines del siglo XIX, cuando se creó la policía uniformada en la ciudad de México, la idea era utilizarla para modernizar a la población y modernizar la ciudad, para establecer las divisiones entre el espacio respetable y el espacio incivilizado de los márgenes de la ciudad. Pero, en práctica, la policía no tenía esta función civilizadora. En primer lugar porque los policías estaban muy mal pagados, pero sobre todo porque la profesión de policía no era estimada socialmente. Los policías eran despreciados por sus vecinos, no tenían el tipo de capital cultural que tenían los policías en otros países, como Estados Unidos, Francia o Inglaterra; nadie quería ser policía. No había incentivos para tener una carrera en la institución. Lo que vemos es que muchos policías entraban, trabajaban tres meses y se iban: hay un gran movimiento. Esto estimulaba el desarrollo de relaciones informales entre los policías y la gente de la calle: los vendedores, la gente que maneja, las prostitutas. Y lo que vemos allí claramente es la práctica de lo que en México se llama “la mordida”: una mordida de tu dinero se lo lleva la policía, es parte del costo de trabajar y circular en la ciudad. Esa mordida era la base de un sistema en el que los agentes en la calle le tenían que pagar a sus jefes en la delegación, y los jefes le tenían que pagar al inspector: una pirámide de dinero que estaba basada en infracciones de tráfico, pero también en infracciones que cometían los vendedores ambulantes, extorsiones a las prostitutas, y otros negocios más capitalizados, digamos, donde también había una clara protección policial desde principios de siglo, como el juego, los casinos ilegales sobre todo, la prostitución en burdeles, el aborto -prohibido en México durante todo el siglo pero informalmente protegido-, y el narcotráfico. Hay mucha evidencia de que la policía ha estado involucrada en el narcotráfico en la capital pero también en otras ciudades.
Lo que resulta es que el trabajo de los policías, sobre todo de los detectives, no responde a nuestra imagen del policía que busca evidencias y trata de resolver el caso con algunas pistas. A los policías mexicanos no les interesaba mucho juntar evidencia física en la escena del crimen, más bien lo que vemos es que las escenas de crimen eran un desastre: había mucha gente que se llevaba la evidencia o la borraba, periodistas... Lo que realmente les interesaba a los detectives mexicanos era obtener una confesión del sospechoso. Y para ello, está muy documentado, utilizaban la tortura, distintas formas de presión física para obtener una confesión del sospechoso. También, la “ley fuga”, que no era muy común, pero que existía como una posibilidad que implícitamente pendía sobre todos los sospechosos: si el sospechoso no confesaba, la policía lo podía matar y luego decir que había tratado de escaparse. Ante el público, la ley fuga también era vista como una forma extraoficial de aplicar la pena de muerte.
Otro factor que hace que la policía sea menos efectiva, hasta la fecha, para resolver los crímenes es que hay muchos cuerpos de policía con diferentes jefes y diferentes lógicas: la policía preventiva, la policía judicial, la policía secreta, la policía bancaria, policías privadas, la inteligencia del Estado, la inteligencia de las fuerzas armadas, los cuerpos de guardias presidenciales. Todos están compitiendo, todos tratan de capturar información y no de compartirla. Entonces eso hacía que las investigaciones fueran menos eficaces y menos convincentes ante el público. Lo que algunos estudiosos dicen para tratar de explicar esta proliferación de los distintos cuerpos policiales es que era una forma de mantener un balance político entre distintos actores: para que no hubiera nadie que fuera demasiado poderoso gracias a su policía, había muchas policías que se mantenían a raya mutuamente.
El resultado de esta fragmentación, de la corrupción y de la falta de un desarrollo técnico de la policía, ha sido que la policía no es vista en México como el vehículo que lleva a la verdad sobre un caso. El policía no resuelve los misterios. Los policías no son como los de las novelas clásicas de detectives. Los policías en la literatura mexicana son generalmente el obstáculo más importante para llegar a la verdad.
Un ejemplo muy claro de esto es el de Lola la Chata, una mujer que controlaba el tráfico de drogas en México desde el barrio de la Merced, desde los años cuarenta. Era muy poderosa. Tenía en el bolsillo a todos los jefes de la policía. Estaba en la cárcel y cuando se murió, a su entierro fueron cientos de policías, que realmente le querían mucho porque ella les había hecho muchos favores. Una vez un juez le pegó una cachetada, y luego fue a pedirle dinero a Lola la Chata: tenía tanto poder ella, que incluso las autoridades le tenían que pedir favores. Entonces obviamente, era muy difícil creer en que hubiera una policía honesta.
La Vie des Idées: ¿Cómo situar el caso mexicano en el contexto global de descenso de los crímenes de sangre?
Pablo Piccato: Hay una aparente contradicción entre la disminución del crimen en la mayoría de las sociedades europeas durante los últimos veinte años, y el aparente aumento del crimen en México en los últimos años. Brevemente yo diría que hay muchos factores distintos que funcionan en diferentes sociedades. Por ejemplo, en Estados Unidos, la violencia y el crimen asociados con el crack han disminuido, y entonces esto ha hecho que las tasas criminales disminuyan. Eso es algo que tiene que ver con la forma en que se consumen las drogas y qué tipo de drogas son consumidas. Es también un fenómeno demográfico que tiene que ver con la edad de la población: cuando la población envejece, comete menos crímenes. Y esto está pasando en Europa y en Estados Unidos, y está empezando a pasar en México donde la pirámide poblacional ya no es tan grande en la base.
Lo que sucede en México, es que hay mucha violencia en algunos estados, sobre todo fronterizos: Tamaulipas, Chihuahua, Baja California Norte, Sinaloa, y también en el Pacífico, Guerrero y Michoacán, estados donde el narcotráfico es muy importante como negocio. Pero si vemos los totales de homicidios en México durante los últimos años, no han aumentado tanto hasta en los últimos dos años. Allí es donde sí podemos ver un efecto de esta violencia que ha costado más de treinta mil muertos en los últimos cinco años. Pero sigue siendo una violencia que está regionalizada. No es algo que podamos decir que ocurre en todo México en la misma forma. Y eso es importante tenerlo en cuenta. Y esto nos lleva a entender un poco el problema de las relaciones de Estados Unidos con México.
La Vie des Idées: ¿Porqué y cómo las lógicas transnacionales merman la capacidad de acción del Estado mexicano?
Pablo Piccato: Si México o los narcotraficantes mexicanos están proveyendo de drogas a un mercado tan grande como el de Estados unidos, el negocio va a seguir funcionando. Hay un gran mercado y mucha demanda y la oferta parece ser ilimitadamente elástica. Los cárteles mexicanos de la droga son organizaciones muy sofisticadas, muy integradas verticalmente, que compran las materias básicas o los componentes para producir la meta-anfetamina en Sudamérica o en China, las procesan, las exportan a Estados Unidos, a través de una frontera que es probablemente la frontera con mayor tráfico de productos en el mundo, sobre todo a partir del tratado de libre comercio entre los dos países. La cantidad de contenedores que cruzan la frontera es enorme. Es muy fácil meter drogas en Estados Unidos, gracias al aumento del comercio global. De cierta forma las drogas son parte del comercio global.
Pero esto ha resultado en más violencia. Algunos estudiosos han demostrado que está relacionada con la intervención del Estado. Los lugares donde aumenta la violencia son los lugares donde el ejército entra a atacar a los narcotraficantes. Entonces hay allí una pregunta muy seria que es: ¿Cuántos de estos muertos que hemos tenido esos últimos años son víctimas de las fuerzas armadas? No lo sabemos, porque la mayoría de estos crímenes no se resuelven, no se investigan, quedan impunes. Allí hay potencialmente un serio problema de derechos humanos, que la sociedad mexicana todavía no ha articulado en esos términos. Se sigue pensando: “bueno, los muertos son todos criminales, que se mueran, no importa”. Pero no es cierto, obviamente: no todos son criminales, y aunque sean criminales, hay que investigar sus muertes de todas maneras. Por más que las víctimas sean criminales, algunas de estas muertes han sido causadas por fuerzas que representan al Estado de forma extra-judicial o en nombre de una vaga limpieza social; y la negligencia de la justicia es casi tan seria como la violencia directa. Aunque la responsabilidad activa del estado sólo explique una minoría de los casos, la ausencia de justicia es un problema.
Claro, también a causa de las estrechas relaciones económicas con Estados Unidos hay una gran oferta y acceso a armas de fuego, que son muy fáciles de comprar en los estados fronterizos y de meter en México. Está claro que la enorme mayoría de las armas que utilizan los narcotraficantes mexicanos las traen de Estados Unidos. Y también hay muchos mexicanos que han cometido crímenes en Estados Unidos, van a la cárcel, se asocian con pandillas en las cárceles norteamericanas, y luego son deportados a México donde pueden trabajar para el crimen organizado. La integración no es sólo en términos de la demanda de drogas y del acceso a las armas, pero también en términos de la gente que está involucrada en el negocio, gente que cruza la frontera continuamente en ambas direcciones.
Ese fenómeno ya lo veíamos con la Mara Salvatrucha y las bandas juveniles centroamericanas, que empezaron en los ochenta entre los muchos hijos de refugiados que huían de la guerra civil en el Salvador y que fueron a California. Las pandillas juveniles o gangs que surgieron en esas condiciones se volvieron un fenómeno transnacional cuando muchos centroamericanos fueron deportados. Ahora el problema está en Honduras y El Salvador, y ha llevado a una criminalización de la cultura juvenil. Pero este cruzar fronteras es una parte de la realidad contemporánea que no va a desaparecer y que no se puede resolver en términos de una guerra.
Eso lo está empezando a reconocer el gobierno de Estados Unidos al tratar de cambiar la retórica, que desde los años setenta estaba muy militarizada: la guerra contra las drogas como si éstas fueran una entidad coherente, el usar las fuerzas armadas, el erradicar cultivos ilegales, el objetivo de eliminar al enemigo. Ahora hay un nuevo énfasis en salud pública, en tratar de rehabilitar a los adictos y en buena medida por presiones de la sociedad civil, en descriminalizar ciertas drogas. Obviamente esto va a cambiar la forma en que México trata de hacer cumplir sus propias leyes contra las drogas. Muchos mexicanos ven la violencia actual en el país como una guerra que ellos están peleando en nombre de Estados Unidos, protegiendo a Estados Unidos. ¿Qué va a suceder cuando Estados Unidos no quiera que lo protejan, por decirlo así, al legalizar la marihuana? Esto va a cambiar la lógica de esta violencia justificada por la guerra contra las drogas. Tal vez lo que suceda es que se regrese al estatus quo que existía antes de los setentas, donde había muchos narcotraficantes y mucho negocio ilegal, pero también un acuerdo entre los narcotraficantes y agentes del Estado, que permitía que el negocio siguiera sin demasiada violencia. Mucha gente ahora en México dice “lo que sea, pero que acabe la violencia”. Que los narcotraficantes hagan lo que quieran, pero que no maten a más gente. Es una paradoja pero también es un hecho. El intento de erradicar las drogas ha causado un rechazo de la sociedad civil hacia un Estado que dice simplemente cumplir la ley.
La Vie des Idées: En México, la profesionalización de la policía no impida el alza de la violencias, y deja intacta la capacidad de regulación de la sociedad civil ¿Le parece esta situación específica de México, o permite al contrario entender evoluciones globales de la policía?
Pablo Piccato: La pregunta es si podemos pensar que en México es válida esta narrativa de que una policía más técnica, más desarrollada, más unificada, sería un vehículo para la modernización. Yo lo que veo en la historia de la policía y el crimen en el siglo XX en México es que realmente el papel más importante en la prevención del crimen lo ha desempeñado la sociedad civil, no el Estado. La sociedad civil es quien ha prevenido el crimen de distintas maneras informales: negociaciones, vergüenza, recreación. Se trata de distintas formas de tratar de evitar o de resolver los conflictos asociados con el crimen que mantienen al Estado al margen, porque la gente con menos recursos sabe que el Estado complica las cosas, no las resuelve. Aún ahora, donde hay mucha violencia relacionada con el narcotráfico, esta posible profesionalización o unificación de la policía no cuenta, por lo menos en este momento, con el apoyo unánime de los actores políticos. Hay muchos gobernadores y gobiernos municipales que están en contra de una policía unificada nacional porque piensa que los mismos abusos que las distintas policías ya cometen en México cuando haya una sola policía van a ser peores. Lo que se va a unificar, piensan, va a ser lo peor de la policía, no lo mejor.
Desde los años setenta, sobre todo en los ochenta en México, a diferencia de otros países de Sudamérica, el lenguaje de los derechos humanos fue utilizado para denunciar abusos de la policía, no abusos del ejército y de dictaduras militares. En México tenemos una tradición del uso del lenguaje de los derechos humanos, de trabajo de organizaciones no gubernamentales, para presionar a las autoridades políticas para que respondan al problema del crimen y la inseguridad como un problema que va más allá de las estrategias estatales contra el crimen. Esto es un signo de modernización más tangible en la medida en que ha forzado al Estado mexicano al reconocer la importancia de los derechos humanos y crear instituciones que reciban las quejas sobre el tema. Sin embargo no se está discutiendo la violencia actual en términos de derechos humanos, a pesar de que claramente hay una dimensión de abuso masivo por falta de justicia.
En los últimos años sí ha habido éxitos, aunque sean simbólicos, ante ciertos casos particularmente ostensibles de abuso o negligencia de los derechos humanos, a veces con presión internacional: la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos para el caso de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, por ejemplo. Y también, la asistencia militar que Estados Unidos le da a México está condicionada a que México tenga un buen record de derechos humanos. Esto no parece haber servido de mucho en el caso de Colombia pero por lo menos genera, cada año, una oportunidad para que organizaciones como Americas Watch, Amnesty International y muchas otras en México evalúen la situación y pidan que el Congreso de Estados Unidos no le dé dinero a México para continuar una campaña contra las drogas, que ha causado más violaciones de los derechos humanos. Yo creo que en esta dirección sí podría haber una modernización, si se quiere usar el término: que haya una profesionalización policial, pero que pase por una evaluación independiente de la sociedad civil nacional e internacional, que la haga responder no a los intereses del Estado, sino a los intereses de la gente.
Quentin Deluermoz & Jeanne Moisand, « “¿Cómo lo podemos arreglar?” Policía y sociedad en el México contemporáneo. Entrevista con Pablo Piccato »,
La Vie des idées
, 11 de marzo de 2011.
ISSN : 2105-3030.
URL : https://booksandideas.net/Como-lo-podemos-arreglar-Policia-y
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