Las mayores transformaciones de la actividad económica, en lo que refiere a espacios, escalas y contenidos, originan nuevas configuraciones espaciales [1]. Ciudades globales y megaregiones están entre los nuevos modelos más relevantes. Mucho más importante es observar cómo emergen estas nuevas formas urbanas, si tenemos en cuenta que se reconoce que las regiones urbanas son espacios estratégicos llamados a afrontar su sostenibilidad medioambiental, así como la cuestión conexa de la reubicación de la producción cuanto más cerca de la demanda. La producción de alimentos y la deslocalización de empleos hacia países con menores costes empresariales, y su consiguiente impacto medioambiental, son ejemplos de ello. Estos nuevos esquemas y restricciones piden que revisemos nuestra manera de entender el mundo y sus marcos políticos, con el fin de ajustarnos a estas nuevas configuraciones espaciales, desarrollando plenamente sus ventajas y su potencial de distribución.
Aunque megaregiones y ciudades globales conllevan situaciones distintas, quisiera mostrar que estudiándolas podemos identificar dinámicas similares, en marcha en cada una de ellas. Detengámonos en dos dinámicas en particular. La primera tiene que ver con los cambios de escala en estas configuraciones, y en sus consecuencias —aquí, las escalas megaregional y global. La segunda resulta de las interacciones entre dispersión geográfica y nuevas economías de las aglomeraciones activas en las megaregiones, así como en un espacio global que reúne a más de un centenar de ciudades globales.
En lo se refiere al medioambiente, las ciudades están entre los principales usuarios de recursos mundiales; fabrican nuevas geografías de extracción y de destrucción que afectan al planeta en su conjunto. Las ciudades globales llevan este proceso al extremo. Relocalizar la producción de las primeras necesidades es ya hoy algo urgente —¿por qué importar de China lo que podría producirse en las megaregiones que rodean las ciudades? Con ello las ciudades ya no se considerarían como una mera parte de las megaregiones, pero como elementos plenamente constitutivos, que contribuyen en su conjunto a su equilibrio y dinamismo. El proceso daría lugar, en mi opinión, a una redistribución más igualitaria de los beneficios que conlleva el crecimiento, parando el actual proceso de pauperización constante de los espacios de pobreza, ya que se benficiarían del crecimiento. De manera más general aún, habría un mayor repartimiento del crecimiento, que llevaría a una situación cuyas principales preocupaciones serían medioambientales: determinar qué producimos y cómo.
El marco megaregional: encontrar un espacio de análisis común
Para entender dos configuraciones espaciales tan distintas resulta esencial especificar un terreno de análisis común, con el fin de determinar cómo actuar en relación a las dos potencialidades mencionadas. Partiendo del hecho que una megaregión es un territorio económico suficientemente diversificado como para acarrear varias lógicas espaciales —en particular lógicas de aglomeración y dispersión generadoras de espacios con altos costes y fuerte densidad, y otros de bajo coste y densidad débil. Sabemos actualmente que las grandes empresas integradas necesitan ambos tipos de espacios para funcionar correctamente. Se pueden explorar nuevas estrategias de desarrollo a escala megaregional, indexadas sobre la diversidad de lógicas espaciales, con la esperanza de que ello sea igual de provechoso para los espacios con mayor y con menor desarrollo en la megaregión. Haría falta poner en marcha nuevos sistemas de gobernanza, y nuevos acuerdos entre el sector público y privado.
Sería más fácil, con estos distintos modelos espaciales, medir la capacidad de tomar decisiones políticas que favorecieran una mayor integración económica entre la(s) ciudad(es) globalizada(s) de un mismo país y los demás espacios de menor importancia en la jerarquía de un espacio nacional. En otras palabras, adoptando la escala megaregional podemos contribuir a generar una situación de mayor equilibrio, y los espacios desfavorecidos pueden recibir una parte del crecimiento excesivamente concentrado, hoy día, en las ciudades globales, o bien deslocalizado en espacios recónditos y de bajo coste. La megaregión se convierte entonces en la escala que podrá incluir ciudades y espacios globalizados, así como ciudades y espacios de provincias. En consecuencia, tal situación favorece a los “ganadores” habituales —como siempre pasa cuando se “focalizan” los recursos generadores de ciudades mundiales y de silicon valleys—, y también a los espacios más pobres y a menudo marginalizados —y estos últimos pueden entonces interactuar dinámicamente con los primeros.
En vez de continuar con las habituales políticas económicas favorables a los sectores punteros, cabe esperar que se podría actuar en beneficio de los espacios más depauperados de un país, y en particular de una megaregión. Y lo que es más importante, esta orientación no sería un acto de caridad, sino la prueba de que estos espacios también pueden formar parte de los sectores punteros. Al fin y al cabo, cuando empresas importantes deslocalizan su mano de obra hacia espacios de bajo coste, por todo el mundo, también deslocalizan algunas funciones propias. Muchos sectores económicos punteros combinan funciones relativamente diversificadas.
Algunos de estos sectores prefieren los espacios de bajo coste, y otros, como por ejemplo las actividades específicas de las ciudades globales, prefieren espacios con costes y densidad elevados. Además de esforzarse por incluir espacios rezagados o menos dinámicos en los marcos políticos que hoy día sólo se preocupan por los espacios de mayor dinamismo, hay también la voluntad de entender, dentro de las jerarquías urbanas, cómo situar las ciudades medianas en las geografías interurbanas globales y contemporáneas.
Tomemos un ejemplo solamente. Este cambio de marco supondría reforzar el valor de las regiones pobres de los países más desarrollados, que podrían acoger actividades deslocalizadas ahora en países con costes muy bajos. Uno de los principales objetivos sería impedir la nivelación a la baja de las actividades deslocalizadas en países extranjeros, y ello se controla con mayor facilidad cuando la sede social, así como las actividades de bajo coste de una empresa, están agrupadas en un mismo país. El segundo objetivo sería desarrollar vías alternativas o complementarias frente al modelo actualmente dominante compuesto de actividades económicas con fuerte valor añadido, como los parques biotecnológicos y de oficinas de lujo.
En contra de lo que se suele decir, creo que las ventajas específicas de la escala megaregional están, y se desarrollan también gracias a, la coexistencia en un mismo espacio regional de varios tipos de economías de aglomeración. Hoy día estas últimas se estructuran mediante escalas geográficas y espacios económicos diversificados: los centros de negocios, los parques científicos, las infraestructuras de transporte y de vivienda de las periferias (sin que sean muy extensas), los barrios de producción de bajo coste (hoy día a menudo situados en el extranjero), los destinos turísticos, los sectores especializados de la agricultura (como la horticultura o los cultivos ecológicos), así como las economías de aglomeración complejas propias de las ciudades globales. Cada uno de estos espacios produce economías de aglomeración diversificadas y puede hallarse, como mínimo empíricamente, en contextos geográficos distintos —urbano y rural, local y global.
La idea principal es que la megaregión es suficientemente grande y diversificada como para acoger economías de aglomeración y contextos geográficos más variados que en la actualidad. Ello haría posible reforzar las ventajas de la localización megaregional más allá de la noción de economía de urbanización. La megaregión se puede entender entonces como una escala territorial que aprovecha nuestras economías complejas, que necesitan de la diversidad de economías de aglomeración y contextos geográficos. Una diversidad propia de las economías de aglomeración de gama alta —caracterizadas por sus servicios a empresas punteros y especializados— y de las economías más modestas, con sus parques de oficinas periféricos y sus manufacturas regionales de bajo coste que exigen mucha mano de obra. La megaregión tiene la capacidad de integrar esta diversidad en un único megaterritorio económico. De hecho, podría favorecer el retorno de actividades específicas (aunque no todas) deslocalizadas hoy día en otras regiones o en el extranjero: además de «regionalizar» los diferentes segmentos de la cadena de operaciones de una empresa, se podría pensar también en regionalizar un mayor número de sectores de distintas cadenas de abastecimiento.
Así pues, los componentes de una megaregión no son la única cuestión crítica: el detalle de los sectores económicos, su infraestructura de transportes, su mercado residencial, los diferentes bienes y servicios que allí se producen y distribuyen, importados o exportados —todo ello constituye de alguna manera la radiografía de una megaregión. Igual de importante es poder caracterizar sus interacciones económicas, con el fin de identificar aquello que se podría reintegrar (puestos de trabajo en fábricas o despachos, por ejemplo, actualmente deslocalizados en otros espacios nacionales o extranjeros), y las ventajas que aparecen en una megaregión.
Las distintas especialidades de las ciudades globales: fomentar trayectorias diversificadas
La implantación de geografías interurbanas produce una infraestructura técnica y social favorable a una nueva economía global, a la aparición de nuevos espacios culturales y redes sociales. Algunas geografías interurbanas son densas y muy visibles, especialmente cuando conllevan flujos de grupos urbanos específicos: trabajadores, turistas, artistas, migrantes, etc. Otras están mucho menos desarrolladas, y apenas son visibles, especialmente cuando se basan en redes electrónicas de intercambios financieros altamente especializados que conectan ciudades específicas en función de las necesidades en herramientas para tales flujos. Las cadenas de abastecimiento globales, a su vez, son más densas para ciertos productos cuando estos pasan de las plataformas de importación a las de exportación.
Los estudios obvian hechos como que la actual economía globalizada valoriza las capacidades específicas de distintas ciudades y regiones, aun cuando ello sustenta las geografías interurbanas. Este punto aparece muy a menudo en mis investigaciones, y se opone a la idea común, medio cierta creo yo, según la cual la globalización homogeneiza las economías urbanas. La globalización ciertamente tiende a homogeneizar ciertas normas (como las manufacturas, la construcción de barrios de oficinas ultramodernos, la transmisión de la información financiera, la contabilidad, etc.), y crea mercados mundiales para los productos estandarizados. Pero también alimenta las diferencias específicas entre ciudades: Chicago y Nueva York, los dos mayores centros financieros de Estados Unidos, han ido especializándose en sus respectivos campos. Ello vale también para Shanghai, Hong Kong y Shenzhen, los tres mayores centros financieros en China, que no son intercambiables. Así podemos explicar por qué cada vez ha habido más ciudades globales, mayores y menores, a medida que ha ido acentuándose la globalización. Estas tendencias multiplican la cantidad de circuitos distintos, que unen las ciudades en torno a actividades económicas particulares.
En la economía global actual, la historia económica específica de las grandes ciudades y regiones tiene un papel muy relevante, porque las actividades están divididas e interconectadas a escala global. La generalización de la competencia lo oculta con facilidad, así como la estandarización de las construcciones en las cuales vivimos hoy (sea cual sea su calidad arquitectónica), desde las oficinas hasta los aeropuertos. Significa también que las actuales megaregiones deben sacar partido de sus especificidades, que pueden incluir economías subyacentes repartidas entre varios espacios de una megaregión. Cierto es que la estandarización de las infraestructuras de transportes y de las diferentes normas de una misma región es importante. Pero ello no debe ocultar que el potencial de plusvalía de esta región seguramente radica en las competencias económicas (y culturales) específicas de sus distintos espacios urbanos y no urbanos. El que todas las ciudades del mundo no aprovechen las mismas ventajas realza el valor de la diversidad de especificidades. No hay una ciudad global perfecta. Los actores económicos internacionales (así como los actores culturales, políticos y cívicos) necesitan muchas más ciudades globales, sean cuales sean sus imperfecciones, y no una única ciudad global.
Ello significa también que el papel de una ciudad o de una región en estas geografías interurbanas no queda determinado solamente por su rango general —una medida imprecisa—, sino por sus capacidades singulares, y con una precisión mucho mayor. Como ya escribí anteriormente (Sassen 2008a), la idea común según la cual el paisaje urbano, en la economía actual, va homogeneizándose, ignora una parte esencial de la cuestión, porque no ya no explica, sino que oculta la diversidad de trayectorias económicas que las ciudades toman en el proceso de globalización, aun cuando el resultado final pueda parecer idéntico. Más allá de este análisis superficial, cuya hipótesis es la de los paisajes homogéneos, se llega a una segunda conclusión que acaba siendo falaciosa, según la cual los paisajes son idénticos visualmente mediante procesos convergentes. Ambos postulados —que los paisajes se parecen, resultan de dinámicas económicas similares y de procesos convergentes— a veces pueden caracterizar algunas situaciones. Pero los factores decisivos para explicar las transformaciones no se llegan a identificar, y de hecho estas observaciones los invisibilizan. Puede ser que paisajes idénticos sean el resultado de economías muy diversificadas, que serían complementarias y no competirían entre ellas. A escala megaregional ello puede tener un impacto real, ya que indica que la megaregión puede gestionar beneficiosamente una parte importante de las distintas actividades de una empresa.
El espacio intermedio entre ciudad y biosfera
La sostenibilidad medioambiental es una exigencia presente en todas estas cuestiones. Mis actuales trabajos sobre este aspecto parten de las ciudades y se concentran sobre ellas, porque representan situaciones sumamente singulares que nos son cercanas. Por lo contrario, las megaregiones muestran situaciones verdaderamente muy dispares. Forman parte de la reflexión en la medida que llaman a considerar escalas más amplias, dimensiones necesarias si las ciudades quieren convertirse en espacios más ecológicos.
Las ciudades enlazan de varias maneras con la biosfera. Hoy día existen principalmente dos razones por las cuales estos lazos son negativos. Las ciudades rompen la continuidad de flujos de la biosfera, y consumen de manera «no biológica» los recursos biosféricos: en cantidad mucho mayor de que lo que pueden restituir. En un estudio importante sobre la cuestión (Sassen 2009k; Sassen y Dotan 2011) apareció un tercer elemento en la dualidad ciudad-biosfera, que mobiliza las competencias científica y técnica para hacer frente a la doble negatividad que acabamos de mencionar, y activa las capacidades biosféricas de los entornos urbanos. Le dimos el nombre de restitución a la biosfera. A modo de ejemplo, pensamos en la utilización combinada de un reactor y de algas para limpiar en profundidad un volumen de agua muy contaminada.
No se trata pues de un mero retorno a la «naturaleza» o a la biosfera, sino de una combinación más compleja de competencias biosféricas y científicas que modelan un espacio intermedio, que no es totalmente urbano y que tampoco pertenece del todo a la biosfera. Nuestra teoría parte de una segunda hipótesis según la cual la ruptura se convertiría en el principal modo de intercambio entre el hombre y los ciclos de la biosfera. Finalmente, soostenemos que la proliferación de este tipo de intervenciones en las ciudades complejas conllevará la necesidad de utilizar propiedades multiescalares y socio-ecológicas de las ciudades. Una de nuestras hipótesis actuales es que el reconocimiento y la activación total de estas propiedades urbanas podrían convertirse en elementos clave para el desarrollo de intercambios positivos entre ciudades y biosfera.
La restitución a la biosfera constituye un nuevo marco de análisis que va más allá de las nociones de moderación y de adaptación, dominantes hoy. Se trata de concentrarse sobre el complejo espacio intermedio, que es el espacio donde tienen lugar los intercambios entre la ciudad y la biosfera, y también las rupturas características de estos intercambios: teorizar las evoluciones de la relación entre ciudades y biosfera con el fin de tener en cuenta las innovaciones científicas, técnicas y sociales. El análisis implica, por ejemplo, poder explicar el uso creciente de las nanotecnologías, y cómo éste manifiesta las posibilidades de la biosfera, de tal manera que crezcan enlazadas con ella, y no en ruptura. También tenemos la voluntad de explicar las innovaciones sociales, incluyendo en ellas las cuestiones espaciales y escalares discutidas en este ensayo. Para concluir, se trata de activar este espacio intermedio mediante las múltiples potencialidades biosféricas, y las numerosas competencias técnicas, intelectuales y escalares desarrolladas por el hombre.
Traducción: Marc Audi