La iniciativa de Eva Botella de analizar las recientes movilizaciones populares y democráticas en diversas plazas públicas españolas, y hacerlo en clave de ideas políticas, debe ser bienvenida. Ante los análisis decepcionantes que se han podido leer en los medios de comunicación, hay que tomarse en serio un artículo como éste y, si es posible, convertirlo en objeto de discusión. Con ánimo de hacer esto mismo, y dado que somos mencionados por la historiadora Botella en el artículo, nos hemos decidido a enviar este comentario.
El republicanismo y el 15M
Por lo que hemos podido conocer de primera mano en la acampada (a fines de mayo pasado) de la Plaza de Catalunya de Barcelona –que imaginamos muy parecida a la de la Puerta del Sol de Madrid-, no cabe duda de la estrecha vinculación entre las peticiones formuladas por el movimiento social del 15M, como se autodenominan los que gestionan las acampadas, y las reivindicaciones de lo que comúnmente se conoce como democracia participativa o directa. Se trata de una idea de democracia con la que simpatizamos profundamente y que hemos defendido en diversas publicaciones. Es más, uno de nosotros ha escrito recientemente en la prensa un artículo sobre ello, mostrando cómo las propuestas e inspiraciones de los integrantes de este movimiento nada tienen que envidiar, desde el punto de vista de su articulación y fundamentación, a las que pueden encontrarse en sectores más institucionalizados de la representación política. [1] En este sentido, coincidimos con buena parte del análisis de Botella y, como ella, celebramos la manera en que el movimiento ha desarrollado sus actividades.
El objetivo de este comentario, sin embargo, es el de expresar algunas dudas sobre lo que afirma Botella en su apartado sobre el republicanismo. Es cierto, como afirmamos en el artículo de prensa citado por Botella, que en el seno de la tradición republicana conviven diversas perspectivas, no todas ellas igualmente optimistas o entusiastas con respecto a las formas de participación democrática directa o incluso de radicalidad democrática. Es también verdad que Philip Pettit figura entre los autores que han enfatizado la necesidad de incorporar mecanismos institucionales de “frenos y contrapesos” que impidan o atemperen la posibilidad de excesos democráticos. Y, en otro orden de cosas, estamos de acuerdo también en que el Gobierno Zapatero no ha apostado firmemente por introducir suficientes reformas políticas en la dirección de fortalecer la transparencia y la democracia participativa y deliberativa o, al menos, no lo ha hecho en el grado que muchos hubiésemos deseado.
No obstante, dudamos mucho que la razón por la que el gobierno de Rodríguez Zapatero ha resultado insatisfactorio en términos de una agenda de democracia participativa fuerte tenga que ver con su abrazo público a la filosofía republicana de Philip Pettit. Y ello por dos razones. Primero, porque sospechamos que las razones que han guiado realmente al gobierno a la hora de no poner en marcha las reformas deseadas, sean acertadas o no, no tienen nada que ver con preferencias teóricas o académicas. Y segundo, y principalmente, porque no hay nada en el republicanismo de Pettit que se oponga a los reclamos del movimiento 15M.
Es imposible no observar la estrecha vinculación existente entre el republicanismo contemporáneo, en todas sus versiones, y los ideales y valores de la democracia participativa y deliberativa. Como también es difícil soslayar que un tema clásico del republicanismo, preservado también en sus defensas actuales, es la oposición al populismo y a la tiranía o dominación política ejercida por una mayoría sin fundamentos suficientes. Hasta aquí, no creemos que haya diferencias relevantes entre los republicanos contemporáneos. Es cierto que republicanos como Skinner o Pettit han optado por un tipo de republicanismo, que ellos han denominado “neo-romano”, en el que la participación política democrática no puede valorarse sino como un medio para proteger el valor que ellos consideran central, la libertad como no dominación. En eso se han opuesto a otros republicanos, digamos “neo-aristotélicos”, para los que la participación ciudadana encierra un valor intrínseco –no instrumental- que contribuye a definir el ideal de excelencia humana. Y aún para este republicanismo, que podríamos tildar de perfeccionista, es clave alcanzar un diseño institucional que atempere el riesgo de tiranía y frene la amenaza constante del populismo plebiscitario.
Es verdad que mientras unos republicanos ven la democracia y la participación democrática como un instrumento para conseguir mayores cotas de libertad, para otros se convierte en un fin en sí mismo. Pero esta diferencia, más bien teórica, no repercute en la forma en que cada uno de estos republicanismos puede acomodar o abrazar los ideales de democracia participativa.
Philip Pettit y la participación ciudadana
Estamos convencidos, hoy más que en 2002, cuando escribimos el artículo, de que la teoría de Pettit es especialmente apta para justificar un mayor empoderamiento de la ciudadanía y un mayor uso de mecanismos de participación democrática y deliberativa, como de hecho él mismo ha sostenido en diversos trabajos. Su concepción de la democracia contestataria y deliberativa, en la que la ciudadanía retiene el control último y significativo de las acciones y decisiones de sus representantes, le llevan de hecho a defender un modelo de ciudadanía activa y participativa muy alejada del prototipo asociado con las democracias liberales; un modelo de ciudadanía que él ha denominado –utilizando un neologismo- “civicism” (y que puede traducirse como “ciudadanismo” o “civicismo”).
Discrepamos con Botella, por tanto, sobre su última afirmación en el texto, cuando sostiene que el republicanismo de Pettit nos propone recuperar “la libertad de la Roma imperial, no la libertad republicana, [y de este modo descarta] la participación activa ciudadana”. Su argumento se basa en el rechazo frontal de Pettit a la democracia directa de carácter populista y en su reivindicación del aspecto jurídico, no cívico, de la libertad como no dominación. Ahora bien, ya hemos dicho que todo republicano, Pettit entre ellos, debe efectivamente oponerse al populismo. Pero ello no le convierte, ni mucho menos, en enemigo de la democracia participativa. Más bien diríamos que se trata de uno de los autores que han destacado por reivindicar un nuevo modelo de ciudadanía más activa y participativa. En estos casos, aunque sólo sea para aclarar las discrepancias, lo mejor es comenzar por precisar el uso de los términos.
Para que se entienda bien el argumento: una democracia es populista cuando está desprovista de todo tipo de restricciones, controles constitucionales y separación de poderes, cuando el objetivo es promover la mayor cantidad de participación democrática posible, descuidando la calidad de ésta. Una democracia directa que prescindiera por completo de órganos representativos de decisión, y que relegara la totalidad de las decisiones legislativas y al menos las más importantes de las ejecutivas directamente al pueblo, que debiera pronunciarse por ejemplo a través de referenda semanales, sería un ejemplo paradigmático de democracia populista. Pettit, con toda seguridad, se opondría a este tipo de diseño institucional. Y hay buenas razones para hacerlo. ¿Acaso tendría algún valor la opinión expresada por el pueblo en un referéndum semanal sobre las más variadas y complejas cuestiones políticas –preguntado una semana sobre el bailout a los bancos y la subida de impuestos, otra sobre la reforma del código penal y del sistema de pensiones, aún otra sobre la reforma del sistema educativo y de la ley universitaria-, sin información suficiente ni análisis, sin debate previo, sin ningún tipo de deliberación pública de calidad?
Democracia participativa y deliberación pública
No hay que confundir, como parece hacer Botella, este tipo de populismo democrático con el ideal de una democracia participativa y fuerte, tal y como ha sido teorizado por autores como Carole Pateman, Jane Mansbridge, Peter Bachrach o Benjamin Barber. La democracia participativa, así entendida, se ha marcado ciertamente como objetivo el permitir una mayor participación ciudadana y, sobre todo, mejorar las condiciones para que dicha participación sea de calidad. El mecanismo principal a través del cual esto puede ser posible es el refuerzo de la deliberación pública informal, que autores como Jürgen Habermas han analizado y teorizado previamente. Y no sólo no hay nada en la obra de Pettit que no le permita abrazar este tipo de propuestas, sino que él mismo se ha encargado de ser muy explícito al respecto. Así, en una de sus últimas publicaciones, en la que por cierto explica y desarrolla su vinculación con el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, muestra como uno de los objetivos principales de su republicanismo es combatir el riesgo de dominación por parte del poder público, es decir de las instituciones del estado, y que para hacerlo es necesario que el gobierno esté “sujeto al control efectivo y compartido en condiciones de igualdad por parte del pueblo o la ciudadanía” [2], y añade que de lo que se trata es de que cada uno de nosotros tenga “una igual oportunidad de asumir un rol activo, electoral o de otro tipo, a la hora de determinar lo que hace el gobierno”. [3]
Es cierto que Pettit, como todos los teóricos de la democracia participativa, por otra parte, defiende la idea de representación política como elemento clave para articular institucionalmente el tipo de democracia que queremos. Pero también es cierto que para su argumento en defensa de la libertad como no dominación resulta crucial la idea de una ciudadanía activa, que despliega considerables notas de civilidad o virtud cívica, y que está en disposición de controlar y contestar las decisiones tomadas por las instituciones de su estado. “En cualquier sociedad incluyentemente democrática, habrá una discusión continua y un permanente desacuerdo sobre lo que el gobierno debe hacer en cada una de sus áreas de trabajo. Esta discusión puede materializarse en el hogar, en el lugar de trabajo, en los cafés y los bares, o en fórums consultivos o contestatarios, en el parlamento o en los medios de comunicación.” O en plazas públicas, podríamos añadir. “La deliberación pública y el diálogo, la contestación y el desafío públicos, juegan así un papel crucial en el relato republicano sobre cómo el gobierno debería ser adecuadamente controlado”. [4]
En definitiva, Pettit, como Arendt o cualquier otro republicano, valora en grado sumo la participación ciudadana y la idea de un ciudadano comprometido con los valores e intereses comunes y con las propias instituciones democráticas. Es cierto que en el seno del republicanismo subsiste un debate abierto sobre cuál es el fundamento de dicho valor. Algunos creen, en una línea más bien perfeccionista-comunitarista y de mayor raigambre aristotélica, que la participación es esencial para que el individuo se perfeccione, que es por tanto constitutiva del ser un buen ciudadano. Otros, entre los que figura Pettit, y con los que preferiríamos alinearnos también nosotros, valoran la participación democrática por su valor instrumental a la hora de defender un sistema democrático institucional en el que se preserven las libertades y las necesidades básicas. Pero, como ya hemos dicho, esta discrepancia teórica no afecta en nada la valoración que desde una fila u otra pueda hacerse de movimientos sociales como el 15M.
Nosotros mantenemos ciertas discrepancias teóricas con Pettit. En el artículo citado por Botella enunciamos alguna de ellas. Pero es necesario precisar que ese artículo fue escrito en una circunstancia determinada, como réplica a otro, crítico con el republicanismo y con Pettit, de Álvaro Delgado-Gal, a cuenta de la identificación ideológica del entonces candidato de la oposición José Luis Rodríguez Zapatero con su filosofía política. [5] No está de más repetir que cualesquiera debates que podamos tener con Pettit –y otros autores- en el seno de la tradición republicana en nada afectan cuestiones prácticas como las que atañen a los reclamos del movimiento 15M. En sus aspectos fundamentales, tales reivindicaciones -frente al gobierno y frente a todos los partidos políticos por igual- pueden encontrar un acomodo igual de perfecto en la visión republicana de Pettit que en otras variantes de la llamada democracia participativa y deliberativa.
Esto es lo más interesante respecto a las reclamaciones de una democracia real ya realizadas por el movimiento 15M: que pueden ser compartidas por una amplísima miríada de teorías políticas. Lo que es lo mismo que decir que para muchos, académicos y no académicos, y desde muy variadas sensibilidades y aproximaciones teóricas o ideológicas, la necesidad de satisfacer los reclamos de una democracia más transparente y participativa está fuera de duda.